dimarts, 22 de desembre del 2015

I


Todo en la vida es una experiencia espiritual.
Encontrarte también lo fue.
Verte entre muchos, hallarte sin querer
con aquella camiseta de ese grupo, saltando
y brincando al son de la música
ausente a todo,
ausente a mí.
Fue así como te descubrí y como
posiblemente me enamoré de ti.
Aún recuerdo como vibrabas
de alegría anónima ante mis ojos y ese
susurro que decía:
Lánzate
Lánzate
que quizás es ese amor de tu vida,
ese afecto que llega y se marcha como la brisa…
así, sin avisar,
pero que se te clava en el alma y nunca olvidas.
Ese por el que escribes y describes
palabras sin rumbo fijo,
ese por el que no duermes por las noches
y por el que de golpe crees en Dios y en el infierno
de vivir contigo ni sin ti y del dolor
de permitir a medias que te marches.
De pensarte y desearte a escondidas como si fueras pecado
o la manzana prohibida del árbol de la vida.
Si, de la vida.
La que te vuelve inmortal
y te salva de sentir cómo caduca el mañana.

Todo en la vida es una experiencia espiritual.
Dime, ¿cuándo has amado
no has vuelto a resucitar expectante
e inocente, como un náufrago vencedor de
los escollos del odio y de la muerte?
Yo lo fui.
Los sentí.
Pero en mis entrañas existía algo aún más fuerte.
Te vi, sin saberlo,
y tu sin saberme a mí.

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