Para nacer hay
que morir primero.
¡Y cuanto duele!
y cuanto miedo hay
Al resistir
abandonar lo que nos retiene,
Miedo a vivir con
el ojo abierto
Y no como un
muerto viviente
Que olvidó su magnífico
porvenir
A favor del dulce
arrastre
De sus lacras ancestrales.
Para vivir, hay
que morir primero
Y no hay nada que
duela tanto como eso.
Tu familia te
verá caer,
Asistirá a tu
asesinato,
Tú te verás
muerto, pero al fondo del túnel abierto
Las luciérnagas
te mostrarán el final del cuento,
El resurgimiento
de tu alma en plena noche.