Había una vez yo,
que no llegué a
nacer.
Viví como un
espectro de un pecado
de mi madre
y el hastiado repudio
de mi padre.
Invisible. Nadie
quiso verme
pero yo ansiaba
salir y conocer.
La providencia me
negó devenir al mundo.
Me moví entre
rayos telepáticos
y lloros a
escondidas
de quién me parió:
la culpa.
Mientras, la vergüenza
le enseñaba
a respirar para
que no muriera en el intento.
Ellos me
acogieron sin rechazo
porque saben lo
que es.
El afecto miraba
hacia el lado de la vida
olvidándose de la
muerte y
de mí.
Un átomo incómodo
en medio de un cráter.
Papá, aun me
cuesta perdonarte.
Mírame a la cara
aun no poder
cuidar de mi
ni enfadarte
porque no soy bueno
ni maldecir mis
rebeldías por
negarme a la
transformación de ser como querías.
Ingeniero. Abogado.
Arquitecto. Doctor.
Alguien respetable
una persona
respetable que existe
en un recuerdo
abultado y escurrido,
y al tiempo adecuado
enterrado y sepultado
para que nadie
notara los callos de dolor
en las manos.
No quiero que me
lamentes a diario
ni que me busques
un nombre que me quedara bien.
Reconóceme papá,
acéptame des de
la distancia,
al otro lado del
abismo.
Ya nos reencontraremos
cuando te toque a
ti saltar.