Dentro de mí el
universo se multiplica
cuando te siente
en su núcleo
Tembloroso y
crepuscular.
Las nebulosas
flotan elegantes en el oscuro
enfundadas en modas rosadas
Que no podemos
apreciar.
Son esponjosas al
tacto,
huelen a nube de azúcar
y al amor
impúdicamente infantil
y ruborizado
como el que
teníamos a los cinco años,
cuando
compartíamos juguetes
microbios vírgenes
un presente
ignorante de las malas hierbas
y un futuro campo
preparado para
plantar rosas y
peonías.
No fuimos
estrictos.
Olvidamos el
fertilizante
y regar todos los
días.
Creímos que el
sol y la naturaleza lo darían todo.
Pura fantasía.
Las únicas que se
acuerdan de la verdad
son las tiernas
nebulosas sin acceso al destello
ni la calidez.
Ellas son
silenciosas y rosáceas
igual que los restos de amor puro
reservados entre
rastrojos de inseguridades
y demonios
disfrazados de peluches
mezclados entre
los juegos sexuales
o no tan sexuales,
que casi nos
ensucian y pervierten más
que el sudor y la
saliva con la que
deshacemos el deseo
y las protésicas expectativas.
Quién pudiera acabar
alimentándose
de las dulces y mullidas nebulosas
de color del chicle...
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